Oscar Hernán Cabello Núñez, contador de profesión, amante de corazón del mundo de las letras, nos entrega en sus escritos los diferentes valores que estimulan los sentimientos, llevándonos por diversos senderos que conducen a la libertad del alma, para darnos algo de la felicidad a la que todos aspiramos de una u otra manera.
Ha publicado “Angélica mi amor” (2014), “Dueños de mi corazón” (2015) y “Petita, madre ejemplar” (2016).
En la “voz de la experiencia”, encontramos el empuje, la perseverancia, el esfuerzo y el amor, a través de las diferentes actividades que serán una real universidad de vida para su protagonista.
Así se tiene un verdadero suceder de situaciones y hechos, que van conformando la existencia, en donde la justicia e injusticia complementan algunas anécdotas laborales que remecen las raíces del sentir.
(extracto)
LA VOZ DE LA EXPERIENCIA (fragmento novela)
–¡Alto ahí, desgraciado! ¿Para dónde crees que vas? –fueron las primeras palabras que escuché en medio del silencio de muerte que imperaba sobre la ciudad.
Cuando sentí sobre el pecho la presión de un par de ametralladoras, viendo las miradas fieras y criminales de dos soldados, mi mente recorrió algunos aspectos de mi vida que, ante el evidente peligro y plenamente consciente, interrumpieron como relámpagos la realidad que estábamos viviendo aquel once de septiembre de mil novecientos setenta y tres, día que fue derrocado el gobierno de don Salvador Allende.
Llegué desde Caletones, campamento minero de Codelco ubicado en la cordillera de los Andes, al este de Rancagua, en un bus de la empresa Pullman. Me bajé en la esquina de avenida Millán con calle Estado, frente a la iglesia San Francisco de Rancagua, aproximadamente a las dos de la tarde.
El silencio era espeluznante, la ciudad estaba completamente desierta, y al avanzar por calle Estado al norte, para llegar a mi casa, debiendo pasar por la plaza de los héroes, noté que las ventanas de las casas estaban todas completamente cerradas. Eso daba un aspecto más aterrador y hacía más perceptible el peligro para quienes aquella tarde estaban más cerca de la boca de los cañones.
Sin embargo, sentí las miradas de los más atrevidos, seguramente tras los visillos y de una forma muy disimulada, más de alguno debió haber dicho:
“¡Ese gil que va pasando por la calle parece que tiene ganas de morir!”
Tal era el silencio, con mi caminar cansado, muy agitado por la incertidumbre al dar cada paso, que escuchaba muy claramente el entrecortado respirar de la muerte revoloteando sobre mi cabeza.
Ninguna otra persona se veía por allí, ni siquiera pájaros, o los infaltables perros. Nadie, el silencio, preámbulo de la muerte, reinaba en el ambiente.
Valoraciones
No hay valoraciones aún.