Desde pequeño solía jugar con imaginarios instrumentos musicales, tarros, alambres, vidrios, sonidos metálicos en general, que hacía vibrar con distintos ritmos, extasiado. Tal vez ya estaba en mi mente el piano de mi abuela en su casa de Punta Arenas, que mi madre tocaba. Mi padre tocaba por oído el acordeón y la tamburitza. La música de alguna manera siempre ha rondado mi existencia.
No sé exactamente en qué momento comenzó en mí el interés particular por la música. Tengo registros iniciales de escrituras poéticas, en las cuales la rima intrínsicamente es música, en la antigua Grecia junto a la poesía y la danza eran una. He sido desde siempre un oyente y también un hacedor de música, con rimas y últimamente, también intérprete.
Este libro es una recopilación que la pandemia me permitió llevar a cabo en las tardes invernales.
Lo absoluto, el todo, y las distintas miradas, vuelan entre las líneas de estas estrofas hilvanadas desde mi adolescencia.
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